jueves, 7 de enero de 2016

¿Por qué y para qué debemos seguir preparando abogados?

      Para nadie es un secreto que se tiene una percepción deforme y denigrante de los abogados, ¿a qué responde ello? En gran medida es la sociedad un reflejo de la identidad de los seres humanos que la configuran; sin embargo, no es la única que nos determina. La familia, la escuela, el trabajo, por citar algunos ejemplos, son factores que intervienen en la configuración y formación de una persona.  Comprender que mientras los conflictos, el individualismo, el egoísmo y la desconfianza de las personas coexistan, los abogados seguirán siendo necesarios para la sociedad. Por ello, debemos concientizar a los aspirantes a abogados que el estudiar tal profesión no implica constituir un usufructo personal prescindiendo de la condición social o moral de las personas a quienes ofrecemos nuestros servicios.
Bajo ese contexto, estimo que es necesario reflexionar y replantear la labor formadora de abogados, que si bien es cierto suele encasillarse como una obligación innata de la escuela como la institución formal de la enseñanza tradicional, también lo es que no debemos restarle su responsabilidad a la sociedad y, en específico, a su elemento natural y fundamental, es decir, la familia.

Formación integral con base en una visión humanitaria y multidisciplinaria, actitud crítica, argumentativa y democrática, además de la necesaria y urgente inyección de valores, considero que podría ser, al mismo tiempo, la plataforma ideal de formación y la respuesta al por qué y para qué debemos seguir preparando abogados en la sociedad actual.

Desde luego no puedo negar que antes de la formación de un abogado como tal, está la formación de una persona desde que nace como ente de concentración de actitudes, aptitudes, valores, ideales, habilidades, etc., de ahí que no se le pueda cargar por completo la responsabilidad a una institución escolar de ser la causante de la existencia de abogados con deficiencias técnicas, éticas y en cuanto a conocimientos.
Bajo ese orden de ideas, es que sostengo que la escuela universitaria sigue siendo el punto de partida formal del crecimiento humano, en la medida en que sus contenidos curriculares y estrategias de aprendizaje se diseñen y orienten a la zona de desarrollo próximo de la que nos habla Vygotsky, para efectos de generar en cada uno de sus estudiantes ese potencial de desarrollo, orillándolos a realizar un esfuerzo de comprensión y de actualización, convirtiéndolos en personas más críticas y creativas que propicien las transformaciones que requiere nuestra sociedad.

Por ello, sugiero que el modelo de educación jurídica a emplearse en la formación de abogados, atienda al desarrollo de cierto tipo de competencias que se han venido dejando de lado en los aspirantes a abogados, tales como la crítica, el diálogo, la argumentación, la ponderación axiológica, la empatía; es decir, capacidades y aptitudes que le permitan a los abogados recuperar esa parte humanística que le permite desenvolverse de forma más ética y comprometida con los diferentes espacios y contextos que están en constante vinculación y conexión con la sociedad, como lo son la economía, la política, la moral, y que desempeñan un rol trascendente en el servicio que se le dé a la sociedad. Pero además, tener la firme convicción de que el Derecho no compite sino que se complementa de otras disciplinas, y en esa colaboración entre disciplinas, pugnar por la preparación de abogados enfocados también en un análisis más profundo de la realidad social en que se desempeñan y de los factores que están en juego, utilizando la multidisciplinariedad precisamente como una herramienta metodológica de investigación jurídica.
Apartándose de la tradicional preparación legalista, apunto que sería ideal insertar en los contenidos curriculares el modelo del constructivismo, porque el mismo pretende lograr que el alumno construya su propia perspectiva del mundo que le rodea, y que ello lo logre a través de sus propias experiencias, por ejemplo, lecturas previas, conocimiento previo del contenido de tesis o resoluciones judiciales en torno al tema a desarrollar, esquemas mentales que se desarrollen de la discusión en clase, y de sus propias experiencias laborales o pre-profesionales que pueda tener. Esto es, se pretende un modelo de enseñanza en el cual tanto alumnos como docente estén involucrados activamente, y que además fomente un ambiente de discusión, debate y negociación de ideas, donde el alumno sea responsable de su propio aprendizaje, el cual dependerá, en gran medida, de lo que logre construir y justificar derivado de su propia realidad, al menos de lo que logre interpretar de acuerdo a las percepciones que obtenga y se deriven de las experiencias que viva al leer, al participar activamente en la clase, y al estar en contacto con sus experiencias y con la de los demás compañeros de clase.
Finalmente, me gustaría dejar en el tintero y en la discusión, la viabilidad de institucionalizar la colegiación obligatoria de abogados, y la consecuente obligatoriedad de la certificación y recertificación de los mismos, como un candado más de certeza y nivel mayor de exigencia en la preparación de los juristas.

Reitero, formación integral con base en una visión humanitaria y multidisciplinaria, actitud crítica, argumentativa y democrática, además de la necesaria y urgente inyección de valores, considero que podría ser, al mismo tiempo, la plataforma ideal de formación y la respuesta al por qué y para qué debemos seguir preparando abogados en la sociedad actual.



Mtro. Roberto Hernández Treviño
Director Jurídico de Asconjur, S. C.

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